De las pocas cosas que hoy día me atrevo a tragar de lo que sirve el menú televisivo está la serie sobre Isabel la católica. Seguramente que los puristas en historia que hayan decidido verla pondrán mil pegas sobre su rigor historiográfico y hablarán negativamente de las licencias televisivas de los guionistas y director. Es lógico que esto ocurra por deformación profesional, pero al margen de ello creo que la serie nos muestra aspectos fidedignos de nuestro pasado muy honrosos de tener en cuenta en nuestros días. Intentaré explicarme.
Hasta ahora, para quien no esté viendo
la serie, he de decir que trata de la época en la que Isabel de Castilla
pugna por el trono de ese reino contra su hermano Enrique IV. Se
muestran las luchas sanguinarias por el poder, más alentadas por los
nobles influyentes y por la iglesia que por los propios miembros de la
realeza, quienes, aunque a veces reticentes, suelen ceder a los consejos
de aquellos. Evidentemente que el pueblo llano no decide nada, sino que
sucumbe a las decisiones de los poderosos con mansedumbre miedosa y
pagan más y más impuestos para financiar sus batallas. ¿Tiene parangón
esta situación con la actualidad? Guardando las distancias yo veo que la
nobleza y el clero han sido sustituidos por los mercados financieros y
la banca, mientras que la realeza es ahora la casta política gobernante,
sean populares o socialistas. ¿Y el pueblo? El pueblo casi igual,
pagando más IVA, sufriendo recortes, despidos baratos, desahucios
vergonzosos y bajadas de sueldo o congelaciones, y siempre manso.
Las intrigas palaciegas forman parte de
la serie y le dan un ingrediente televisivo para que el espectador se
mantenga pendiente de la pantalla y no se deje llevar por las
tentaciones de Morfeo. Envenenamientos, traiciones, deslealtades, amores
e infidelidades se entremezclan en los dos bandos, donde con la excusa
del bien de Castilla todos buscan su interés personal para llegar más
alto. Vaya, vuelvo a mirar nuestra época actual y cambiando las caras de
los actores por las de nuestros mandamases me encuentro lo mismo, si
acaso los amoríos no están tan a la vista, aunque seguro que haberlos
haylos. Si ahora no se envenena para quitar de en medio al enemigo,
sirva la lengua envenenada de muchos para atacar sin piedad al oponente
(no digo enemigo porque ahora ya sabemos que todo es políticamente
correcto…). Y lo que se cuece en el seno de los partidos políticos no me
digan que de traiciones y deslealtades se queda corto. Eso sí, ahora
todo es por el bien de España.
Las contiendas entre los propios
castellanos son por ahora las que marcan el hilo argumental, presentando
a Andalucía como una parte de la península donde los reinos de Taifas
ayudaban a sufragar las guerras castellanas dando algún que otro
problemilla. Aragón está a mal con Francia y con Cataluña existen
refriegas, por eso parece que sería conveniente la unión de Fernando el
católico con Isabel. Todos sabemos que esa unión daría lugar a la
unificación de territorios y quedaría algo parecido a lo que hoy es
España. Mientras que la serie de la 1 nos habla de unión, los
telediarios no dejan de hablar de la independencia de Cataluña y del
País Vasco. El dicho de que la unión hace la fuerza parece que ha
quedado como frase del pasado, porque Arturo Más e Íñigo Urkullu se han
encargado de decir lo contrario, quizás para que no se hable de otras
cosas, como por ejemplo de la pésima gestión del gobierno que preside el
catalán y que ha dejado a su comunidad autónoma casi arruinada. La
unión de España siempre en equilibrio sobre un alambre, unión impuesta o
unión querida, ese es el dilema.
Algunos de los protagonistas de la
serie que me están llamado la atención son los nobles, así el personaje
de Juan Pacheco es la imagen viva de un magnífico manipulador y egoísta
sin escrúpulos. O la de su enemigo Beltrán de la Cueva como un caballero
venido a más, fiel pero hasta cierto punto. .. La de Chacón, que se
desvive por Isabel desde que era niña. La de Mendoza, cuya obsesión es
que Juana la Beltraneja sea la heredera en lugar de Isabel. ¿Existe
parangón en nuestra sociedad? Yo lo tengo claro y el sí es rotundo; de
otra manera y con otras formas, por supuesto, pero pónganle caras
ustedes mismos.
Pero sin duda alguna, los personajes que
más se apoderan de mí son los eclesiásticos. Ese arzobispo belicoso,
ambicioso y mujeriego me parece magistral, por eso Alfonso Carrillo
consigue satisfacer mis necesidades morbosas como espectador. Tampoco
está mal el de Sevilla, monseñor Fonseca, que no le anda a la zaga al
toledano. El nuncio papal, De Véneris, y el mismísimo papa Paulo II
andan rebañando de unos y de otros con tal de enriquecerse más y más.
Vamos, como durante siglos y siglos ha sido la iglesia católica, incluso
llevan las mismas vestimentas (algo más que anecdótico) y se sitúan en
el ultraconservadurismo. Está claro, y nos podemos sentir afortunados,
de que hoy la iglesia católica no tenga ese poderío (sin embargo no
puedo remediar ver a Rouco como Carrillo y a Demetrio, obispo de
Córdoba, como Fonseca), pero gracias a nuestro actual gobierno
rajoniano ya sabemos que se siente como pez en el agua; nada de recortes
para ella, nada de quitarle privilegios impositivos, nada de acabar con
los puestos de los profesores de religión en la escuela pública. Nada
tiene que intrigar Rouco con Rajoy porque ya saben aquello de “tanto
monta, monta tanto…”.
Por Joaquín Caballero Ortega, publicado el 3 de noviembre de 2012 en surdecordoba.com
Por Joaquín Caballero Ortega, publicado el 3 de noviembre de 2012 en surdecordoba.com
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