sábado, 18 de agosto de 2007

Rafa Manjón-C Guzmán, a quien tanto queríamos

Para los allegados fue un día intenso, ese jueves 9 de agosto colgados de un teléfono esperando lo peor, y lo peor llegó cuando la tarde empezaba a desmoronarse: Rafa nos había dejado. La tarde volvería al día siguiente, el ocaso de Rafa era para siempre. No por esperada se me hizo menos dura la noticia, un remolino de sentimientos, de escenas, de voces se me pasaron en unos segundos por la cabeza, en ellos estaba él con sus padres, con su hermano, con su novia y compañera, con sus abuelos, con sus tíos, con otros familiares y con sus amigos, todo rapidísimo, todo como en un collage multimedia que jamás me hubiese gustado experimentar. Pero en ese instante no hubo lágrimas.

En silencio, así se nos dejó, no podía ser de otra manera, también el silencio lo caracterizó, introvertido y observador desde la garita de su dulce semblante que no escatimaba en regalar una sonrisa sincera a la más mínima demanda. Mi padre, a quien a veces me lo recordaba, lo quiso con pasión y a falta del primer nieto, que le llegó con mi hijo, Rafa fue para él lo más parecido que tuvo. Aquellos primeros toques de balón en la Placeta los viví desde la mili, imaginé al pequeño Rafa junto a mi primo y a mi padre triangulando mientras mi tío Rafael rompía el juego con alguna broma, y así, como el que no quiere la cosa, le iba metiendo el gusanillo sevillista con el que hasta el final pudo disfrutar.

Su época de las melenas coincidió, como es natural, con su pasión por la música; el rock y su tendencia más heavy también fueron compañeras de este corto viaje, y bien que disfrutó de ellas. Pero la compañera más fiel ha sido Raquel, su novia de siempre, qué claro lo tenía... y no se equivocó. Mis hijos siempre los han conocido juntos, un tándem que evolucionaba a la perfección hasta que la cruel enfermedad se puso en su camino.

Desde luego que con Rafa se rompía el esquema que algunos se empeñan en darle a nuestra juventud. Su educación, su cultura, su saber estar, su esfuerzo en el estudio, su profesionalidad –que no por escasa en tiempo ha sido menos valorada- o su compromiso social hicieron de él una persona admirable e íntegra. Para sus padres, un hijo modelo del que pueden estar más que satisfechos, un hijo cabal que durante su vida los ha colmado de innumerables satisfacciones que jamás van a olvidar y a las que seguro se van a aferrar. Para muchos, un joven con personalidad que huía de estereotipos, un chico de ciencias medioambientales con alma de poeta, un contrarreaccionario amante de la verdadera libertad, ojalá que el espejo de muchos.

Se fue sin dioses, como yo me iré algún día, valiente, sin deberle ni reprocharle nada a lo sobrenatural y agradecido a los humanos que tanto lo querían. Nada de Anubis que lo acompañe, ni Osiris ni Isis, nada, Rafa fue lo que fue mientras vivió y después nada más, ¡cuánto nos parecimos en eso! Y no le quepa duda a nadie que la famosa frase de Cicerón se va a cumplir en muchos de nosotros: la vida del fallecido Rafa va a perdurar en la memoria de los vivos. En la mía, seguro.

Hoy, a una semana de aquella angustiosa tarde, sí derramo alguna lágrima furtiva, no sólo pensando en Rafa, también pienso en mi primo y en Mª Eugenia, en Pablo y Sara, en Raquel, en mis tíos y en mi prima, en ellos sobre todo porque son los que más siento, pero también en el resto de su familia y en alguna de sus amigas que viajó desde Valencia con el corazón constreñido y sin vacilar para acompañar y acompañarse. Hoy ha vuelto a caer la tarde, gracias Rafa, me has recordado, desde mis recuerdos, que aplicar el “carpe diem” es necesario al menos para los que no creemos en más iglesia que la de la vida.